Altos niveles de radiación en Japón


Map of Japan with Fukushima highlightedImage via Wikipedia

Tokio, 17 de agosto, RIA Novosti.
Especialistas nipones detectaron un nivel alto de cesio radiactivo por primera vez en arroz, producto principal de la dieta japonesa, en la prefectura de Fukushima, informaron las autoridades locales.
El nivel excesivo de contaminación radiactiva fue detectado en arroz, recolectado en Onami, en las afueras del centro municipal de la prefectura de Fukushima.
El nivel de cesio radiactivo en las muestras de arroz fue de 630 becquerel frente a los permitidos 500 becquerel por kilogramo de arroz no procesado.
Anteriormente, las autoridades de la prefectura de Fukushima inspeccionaron las muestras de arroz en dos ocasiones tras la avería en la central nuclear, pero el nivel de contaminación no excedió las normas de seguridad.
El cesio radiactivo fue detectado después de que el agricultor que sembró el arroz pidió una inspección a las autoridades.
Mientras tanto, Japón continúa labores para paliar las secuelas de la avería en la central de Fukushima-1. Este jueves la agencia Kyodo reportó que las autoridades niponas enviarán fuerzas de autodefensa a las zonas de evacuación a 20 kilómetros de la central averiada de Fukushima-1 para preparar las labores de limpieza y desactivación de los territorios contaminados.
El temblor provocó una situación de emergencia en la central nuclear de Fukushima-1, donde los fallos en el sistema de refrigeración originaron explosiones en varios reactores con las subsiguientes fugas de radiación.
Las autoridades evacuaron a la población primero en un radio de 20 kilómetros en torno a la planta y luego ampliaron la zona de evacuación hasta 30 kilómetros. Poco después se reportó sobre la contaminación radiactiva del aire, el agua marina y potable y los alimentos, como la leche, la carne, los hongos, en particular, con isótopos de yodo y cesio, inclusive en las zonas lejanas de la estación.

¿QUO VADIS JAPÓN?


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   FUKUSHIMA SUPERA LOS NIVELES RADIACTIVOS DE CHERNOBYL

                                                                                        Por Javier Rodríguez Pardo (*)

El gobierno de Japón elevó de cinco a siete el nivel de gravedad en las instalaciones nucleares dañadas y destruidas en Fukushima, utilizando el arbitrario dictamen INES (Escala Internacional de Incidentes Nucleares) para medir la gravedad radiológica. Las contradicciones y omisiones oficiales sobre el desastre nuclear japonés nos  permitieron indagar el real impacto de los reactores que se hallan en vías de fusión o literalmente colapsados; en notas anteriores anunciábamos que las emisiones radiactivas de Fukushima superaban  holgadamente a las de Chernobyl. ¿Nos adelantamos a la decisión oficial que ahora se hizo pública? El síndrome de la evacuación, del gran éxodo,  pende sobre un pueblo que ha comenzado a perder su territorio y aparece la pregunta ¿adónde?

¿Quo vadis Japón?

Cómo fue posible semejante desgracia si los señores del saber nuclear habían ponderado la calidad de las centrales atómicas de Japón, capaces de resistir terremotos de magnitud nueve en la escala de Richter,  al mismo tiempo que culpaban a los profesionales locales de no haber sabido predecir un tsunami tan devastador, como si la culpa fuera de olas de quince metros cuando se esperaban algunas de un tamaño muy inferior.  En esta correlación, no explicaban que las piscinas refrigerantes de desechos  nucleares (combustible nuclear gastado que debe enfriarse por 25 ó más años), se habían agrietado debido al movimiento sísmico y no por el maremoto posterior, y que los tambores conteniendo los desechos radiactivos de alta actividad, ubicados en instalaciones contiguas, nunca fueron mencionados ni se aludía a su peligrosidad, ni  donde se hallaban o en que estado habían quedado después de la violenta ola que los sacudió y revolvió brutalmente como si fueran hojas de papel;  residuos que permanecerán activos por cientos de miles de años  -hay que recordarlo- y que aún el hombre no ha procedido a aislarlos de manera definitiva. (Esperamos conocer el destino de esos recipientes deletéreos o el estado en que se hallan después del cataclismo). Mientras tanto las imágenes develaban la verdad disimulada en innumerables contradicciones entre técnicos, especialistas y gobiernos de distintas latitudes que sentenciaban la gravedad de Fukushima.

La seguridad de las centrales japonesas  -en plena tragedia-  era única en su género, fue diseñada para soportar terremotos inimaginables, advertían sesudos peritos,  en el mismo instante en que, en el teatro de los sucesos, comenzaba la trama  heroica de un grupo de técnicos que se inmolaba para salvar a sus congéneres, intentando enfriar, cubrir y acorazar a un reactor fusionado, tarea que resultó insuficiente.  La proximidad del mar habilitaba el uso del agua, destructora de los metales del reactor, en último recurso para reducir la temperatura del núcleo averiado, a pesar de que aún se lo anunciaba como medianamente en estado de fusión, urdiendo de ese modo una de  las mayores mentiras de la historia nuclear.

Menos mal que pasó en Japón, repetían insistentes las cadenas internacionales de noticias, ignorando acaso que esa misma isla había padecido decenas de fugas radiactivas de gran intensidad, sin fenómenos de terremotos o tsunamis a la vista, pero con la presencia  -en un pasado reciente- de miles de manifestantes exigiendo el cierre de las centrales. Japón, al igual que los barones nucleares de occidente,  acudió a la indecencia discursiva para afirmar que “aquí no pasa nada que no esté controlado”.

Fukushima permite elaborar una lista interminable de falsedades, engaños digitados  por funcionarios, técnicos y expertos que minimizaban la tragedia convirtiendo al holocausto nuclear japonés en un genocidio justificado por una inconcebible adversidad. Fue la adversidad, proclamaron. 

La misma hipocresía cientificista, capaz de afirmar que sólo treinta y cinco fueron los muertos de Chernobyl, deambula por los medios informativos en países de distinto signo: que Fukushima no representa peligro para la salud, que todos los equipos de seguridad funcionaron normalmente, que el sistema japonés previó una última coraza de hormigón impidiendo que la vasija con el núcleo se expusiera a cielo abierto, que la emisión radiactiva es semejante a la producida por un par de radiografías, que la radiación está controlada, que con el agua de mar inutilizaremos a los reactores pero habremos sofocado las emisiones radiactivas, fue una muletilla constante que se superponía con imágenes de las gigantescas cajas de hormigón destruidas y humeantes cubriendo los reactores.  El viejo mensaje de que Fukushima no es Chernobyl demuele las argucias de la tecnocracia nuclear al reconocer ahora que ambas centrales se hallan en el mismo nivel siete en la escala INES.

De pronto la radiación alcanzó la vastedad del mar, primero a treinta kilómetros, enseguida superó los ochenta, leve y no significativa para la cadena trófica, argüían los voceros de la empresa y del gobierno, sin justificación alguna al reconocer elevados  índices de radiación registrados en continentes lejanos. El agua, vehículo que comunica todo a la biosfera, se suma a la nube tóxica que también trasporta los radionucleidos en la gran campana. Nuestros registros, -comparativos con infortunios semejantes-, nos permiten afirmar que el caso Fukushima es mucho más grave que el de Chernobyl, en tanto contiene por lo menos cuatro veces más combustible que la unidad nuclear ucraniana. Aprendimos de Chernobyl y de las miles de fugas radiactivas de las plantas nucleoeléctricas, a descreer de los cultores de una tecnología que definen como de punta, barata, limpia y segura.

Ahora resulta que es barata porque las empresas no invirtieron en la seguridad que requieren  las plantas (eso le achacan a la compañía eléctrica que gestiona Fukushima) y no dicen que es cara porque en realidad cuesta más la gestión del residuo radiactivo que la energía misma. Es sucia, por la misma cualidad anterior y porque en todo el proceso de la cadena nuclear se produce más escoria radiactiva que beneficios energéticos, en la molienda y colas de la minería, en la producción del dióxido de uranio, en los cementerios nucleares que quedarán vigilados eternamente, al ser decomisadas las centrales al cabo de su vida útil, en el reprocesamiento del combustible nuclear gastado, verdadero “licor de brujas” en opinión de quienes tienen la responsabilidad de reciclarlo, en las labores de las plantas nucleares en actividad y en la gestión de los residuos radiactivos, arrojados inescrupulosamente a los océanos o esperando repositorios  definitivos   que contengan los radionucleidos a perpetuidad. Al día de hoy no existe repositorio de residuos radiactivos de alta actividad en el mundo, y aquellos países que lo intentaron fracasaron.  Hasta el PRAMU argentino, Proyecto de Remediación de Minas de Uranio,  es una cruel falacia, con las minas de uranio abandonadas a sabiendas que contienen más del 70% del decaimiento del uranio 238, partículas cancerígenas expuestas a la complejidad climática, aún sin gestión definitiva.

Fukushima no puede ocultar la constante fuga radiactiva  ni el impacto radiológico que sufre el  planeta.

Hallan restos de yodo radiactivo en el agua corriente de Tokio y de otras ciudades y altos niveles de radiación en la leche, en verduras y hortalizas producidas en la región afectada, fue un lacerante titular. Todo el territorio se vio impactado radiológicamente en la atmósfera, en suelos, agua potable y mar. Y esto continuará por muchísimo tiempo. Entonces es hora de advertir a la población de la gran mentira oficial que minimiza los niveles de radiación de alimentos como los hallados en la espinaca, “semejante a una quinta parte de la que puede recibir un humano en una placa de rayos X”, información que oculta deliberadamente el carácter acumulativo de la radiactividad.

Por lo pronto se están utilizando aeronaves sin piloto que fotografían y estudian las plantas nucleoeléctricas. Un helicóptero teledirigido francés se halla en camino de Fukushima, única forma segura de investigar las centrales dañadas y las que también recibieron impactos menores. Las piscinas de los reactores 5 y 6 aumentaron considerablemente la temperatura, las bombas de refrigeración no funcionan, hay escapes radiactivos y sus núcleos están en virtual desmadre. Otras informaciones avisan que las bombas  refrigerantes actúan pero que la temperatura no baja sustancialmente.

Los reactores 1, 2 y 3 se hallan en nivel máximo de gravedad, la propia empresa TEPCO anunció las dificultades para dotar de energía y de refrigeración a sus núcleos. El reactor 4 es otro de los averiados que también subió de categorización en la escala INES (ha superado 100.000 veces los niveles normales de radiactividad). “Las sustancias radiactivas parecen difundirse hacia el norte”, en opinión de la empresa propietaria de las plantas, Tokio Electric Company (Tepco), admitiendo que niveles importantes de estroncio 90, cesio 137 y yodo 131se registraron a 80 kilómetros de Fukushima.

Si hasta ahora el nivel de radiación equivale a un 10% del emitido por la planta soviética de Chernobyl (razonaba un agente de seguridad japonés), induce a pensar que lentamente Fukushima sobrepasará los niveles de aquella. Habrá que modificar la escala porque el nivel siete en la gradación INES fue superado.

¿Por qué aseguramos esto?

Porque cuatro unidades de Fukushima en estado de fusión, con piscinas rajadas y continuas emisiones de radiación, contienen casi mil toneladas de uranio, equivalente a cuatro veces la del reactor 4 de Chernobyl. Los escapes testeadas en territorio y aguas japonesas provienen de esas barras almacenadas que incluyen el combustible gastado refrigerándose en las piscinas y no tenemos en cuenta (porque lo desconocemos) la cantidad de residuos radiactivos de alta actividad alojados en los tambores contiguos a las plantas. El propio operador de la empresa Tepco, Junichi Matsumoto, reconoció que la cantidad  de radiactividad liberada podría superar a la de Chernobyl en caso de persistir las fugas, sin tener en cuenta, hasta el momento, que el yodo 131 emitido en Fukushima es el doble del liberado por la central ucraniana.

El territorio se reduce, la isla empequeñece, la naturaleza ejerce su dominio. Recorrer un mapa de la nación japonesa implica detener la mirada en las ciudades del sur, Hiroshima y más abajo Nagasaki, reflejo inevitable de la memoria. El norte de Tokio fue sacudido con violencia por el terremoto y los primeros anuncios apuntaban a la planta nuclear de Onagawa, envuelta en llamas. La costa norte del Pacífico (Sengai) fue la más golpeada por la triple tragedia que parece inacabable, terremoto, maremoto y radiación. La ciudad imperial, Osaka, aparece como el límite habitable hacia el sur, pero no alcanza para un pueblo que tendrá que repensar el país y bucear fuerzas en su vieja cultura, ahora occidentalizada y signada por una economía, la tercera mayor mundial después de Estados Unidos y China. ¿Es este el camino? Por eso nuestra pregunta ¿Quo vadis Japón?, también válida para el planeta. Por lo pronto habrá que ir imaginando nuevos sitios, otras islas y otro hábitat que suplante los territorios irradiados del norte.  No es ilógico pensar que Japón se ve obligado a delinear un nuevo camino partiendo de un kilómetro cero, no sólo evitando desarrollar energías destructivas o de efímera eficacia, sino replanteándose el sentido de la vida. Japón es también un caso testigo para todos,  punto de inflexión de un mundo cegado por el consumo, devorador de futuro.

(*) Javier Rodríguez Pardo, Movimiento Antinuclear del Chubut (MACH) Contacto: (011) 1567485340 Red Nacional de Acción Ecologista (RENACE)-Unión de Asambleas Ciudadanas (UAC). machpatagonia@gmail.com(www.machpatagonia.com.ar)

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Atomic Bomb Survivors Join Opposition to Nuclear Power


Atomic Bomb Survivors Join Opposition to Nuclear Power

Kim Kyung-Hoon/Reuters
Lanterns, some of them with antinuclear messages, were released Saturday in Hiroshima. Survivors of the atomic bombings hope to use their moral standing to wean Japan off nuclear power.

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NAGASAKI, Japan — In 1945, Masahito Hirose saw the white mushroom cloud rise from the atomic bomb that incinerated this city and that left his aunt to die a slow, painful death, bleeding from her nose and gums. Still, like other survivors of the attacks here and in Hiroshima, he quietly accepted Japan’s postwar embrace of nuclear-generated power, believing government assurances that it was both safe and necessary for the nation’s economic rise.
That was before this year’s disaster at the Fukushima Daiichi nuclear plant in northern Japan confronted the survivors once again with their old nightmare: thousands of civilians exposed to radiation. Aghast at the catastrophic failure of nuclear technology, and outraged by revelations that the government and power industry had planted nuclear proponents at recent town hall-style meetings, the elderly atomic bomb survivors, dwindling in numbers, have begun stepping forward for the first time to oppose nuclear power.
Now, as both Hiroshima and Nagasaki observe the 66th anniversary of the American atomic attacks at the end of World War II, the survivors are hoping that they can use their unique moral standing, as the only victims of nuclear bombings, to wean both Japan and the world from what they see as mankind’s tragedy-prone efforts to tap the atom.
“Is it Japan’s fate to repeatedly serve as a warning to the world about the dangers of radiation?” said Mr. Hirose, 81, who was a junior high school student when an American bomb obliterated much of Nagasaki, killing about 40,000 people instantly. “I wish we had found the courage to speak out earlier against nuclear power.”
But speaking out, even here, was no simple matter. It would have required them to challenge Japan’s postwar establishment, a difficult position in a consensus-driven nation that had put itself on a forced march out of devastation and toward economic development. Their stance also made some historical sense in a country bent on not repeating past mistakes. One of the reasons resource-poor Japan went to war in 1941 was to secure new sources of energy, in that case oil, after an American embargo.
Even now, the pressure to adhere to what was the nation’s shared vision for energy security is strong.
As Hiroshima observed the anniversary of the bombing, which killed at least 70,000 people there, the city’s mayor on Saturday stopped short of calling for an end to nuclear power, remarking instead that opinions were divided.
“Some seek to abandon nuclear power altogether with the belief that mankind cannot coexist with nuclear energy, while others demand stricter regulation of nuclear power and more renewable energy,” said the mayor, Kazumi Matsui.
According to Japanese news reports, the mayor, too young to have witnessed the attacks, had considered making a stronger statement in the wake of the Fukushima accident, but pulled back in the face of opposition by business groups.
Such reluctance to speak out has made the stronger stance taken by the atomic bombings’ survivors all the more striking. Last month, the Hidankyo, the group representing the 10,000 or so still-living survivors of the bombings, appealed for the first time for Japan to eliminate civilian nuclear power. In its action plan for next year, the group called for halting construction of new nuclear plants and the gradual phasing out of Japan’s 54 current reactors as energy alternatives are found.
The group has been a vocal advocate of abolishing nuclear weapons since its founding in 1956. But it has been mute until now on the issue of nuclear power, which Japan continued to pursue even after the accidents decades ago at Chernobyl in Ukraine and Three Mile Island in Pennsylvania led many Western nations to shelve nuclear expansion plans.
“The bureaucracy, industry and the media were able to shut our eyes to the danger of nuclear power,” said Hirotami Yamada, secretary general of the Nagasaki chapter of Hidankyo. “We let them fool us, even in this country that was the victim of the atomic bomb.”
Mr. Hirose, who lost his aunt in the Nagasaki attack, played a leading role in the group’s shift on nuclear power after Fukushima.
He was swayed, in part, by his deep understanding of the fears haunting people exposed to radiation from Fukushima. His younger brother died 20 years after the bombing, in his 30s, while suffering from a half-dozen types of cancer.
Those still alive, he said, “are living testimony to the horrors of radiation.”
Mr. Yamada said many atomic bomb survivors, like other Japanese, accepted nuclear power because they had bought the argument put forward by the government, industry and the news media that Japan’s nuclear reactors were among the best in the world, and absolutely safe. This “safety myth,” as many here now call it, allowed Japanese authorities to dismiss concerns over Three Mile Island and Chernobyl, saying they were caused by poor technology or incompetent plant workers.
Some atomic bombing survivors ruefully admit that it took a disaster the size of Fukushima to free them from that myth.
“They convinced us that nuclear power was different from nuclear bombs,” said Mr. Yamada, 80, who was a teenager when Nagasaki was bombed. “Fukushima showed us that they are not so different.”

La radiación nuclear: invisible e inodora, pero devastadora


Map of Fukushima Prefecture.Image via Wikipedia

La radiación nuclear: invisible e inodora, pero devastadora

Un médico mide la radiación de un residente de Otama, cerca de Fukushima. | EfeUn médico mide la radiación de un residente de Otama, cerca de Fukushima. | Efe
La radiación “ni se ve ni se huele, pero sus efectos son a largo plazo y dañarán la salud y el medioambiente durante años”, así describe las consecuencias del accidente nuclear ocurrido en una central japonesa, Eduard Rodríguez-Farré, radiobiólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
Rodríguez-Farré ha asegurado que colegas científicos ya han medido contaminantes como el yodo o el cesio en la radiación liberada en Fukushima, donde ya se ha producido la fusión parcial de dos de sus reactores ante la falta de refrigeración provocada por el terremoto y maremoto que han azotado el país.
“En el núcleo de un reactor nuclear existen más de 60 contaminantes radiactivos a partir de la fisión del uranio, unos de vida muy larga y otros de vida muy corta, pero casi todos tienen una gran afinidad con nuestro organismo y se acumulan en él, ya que son parecidos a nuestros elementos biológicos”, explica el científico.
Rodríguez-Farré, uno de los mayores expertos internacionales en radiaciones nucleares y autor de estudios sobre las consecuencias de la catástrofe nuclear de Chernóbil, afirma que de entre esos 60 contaminantes, los que tendrían mayores consecuencias para la salud humana serían el yodo, el estroncio 90 y el cesio (C-137).
El yodo afecta inmediatamente y deja mutaciones en los genes, a partir de las cuales se puede desarrollar luego el cáncer de tiroides”, sostiene el toxicólogo, quien recuerda que el accidente de Chernóbil multiplicó por diez los casos de cáncer de tiroides en Centroeuropa.
Por su parte, “el estroncio se acumula en los huesos un mínimo de 30 años, como si fuera calcio, y durante años continúa irradiando el organismo; mientras que el cesio queda depositado en los músculos”.
Ambos contaminantes “aumentan el riesgo de todo tipo de cánceres, especialmente de huesos, músculos y tumores cerebrales, disminuyen la inmunidad del organismo y aumentan la capacidad de sufrir otras patologías”.
Además, “la radiación altera la reproducción“, ha recordado este médico, miembro del Comité Científico de Nuevos riesgos para la salud de la Unión Europea, y “afecta más a las mujeres que a los hombres“.
La explicación estriba en que “los espermatozoides se regeneran totalmente cada 90 días y un espermatozoide alterado desaparece en ese periodo, pero los óvulos están en los ovarios toda la vida, y si un óvulo alterado por la radiación es fecundado posteriormente, habrá malformaciones en el feto, aunque sea años después”.
Las consecuencias para el medioambiente no son menores: “A largo plazo la contaminación nuclear se deposita en el suelo y en el mar, y se incorpora a la cadena trófica, de los peces, que son la base de la dieta en Japón, del resto de animales, de las plantas, la fruta, las verduras…”.
Este proceso, argumenta el científico, “se va bioacumulando, es decir, va pasando de un ser vivo a otro y va empeorando”, y un ejemplo de ello es el de los “miles de renos que hubo que sacrificar en el Ártico tras Chernóbil, porque estaban absolutamente contaminados a través de los líquenes que habían comido”.

Medidas a tomar

Respecto a las medidas a tomar para prevenirse de la contaminación radiactiva, Rodríguez-Farré señala que el contacto con la piel se puede eliminar lavándose con el mismo celo que tiene un cirujano cuando entra a un quirófano: limpiando y cepillando el cuerpo, el pelo y las uñas con detergente; y desechando la ropa.
Más complicado es luchar contra la principal vía de contacto con los contaminantes: “La inhalación”, ante la cual prácticamente sólo son efectivas pastillas de yodo como las que las autoridades japonesas están repartiendo a la población.
“El tiroides cuando está repleto de yodo elimina el que le sobra, así que si tú saturas de yodo normal el tiroides —con las citadas pastillas—, ayudas a que si inhalas yodo radiactivo lo elimines rápidamente”, aclara.

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